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Siempre he llevado un micrófono en la mano, ya sea de forma literal o figurada. La comunicación ha sido mi pasión desde que tengo memoria. Hablar en público, escribir o simplemente compartir mis pensamientos ha sido mucho más que un simple acto de expresión; para mí, era una forma de conectarme con algo superior, con la naturaleza e incluso con mis ancestros. Sentía que, a través de la comunicación, podía explorar mi identidad y dar sentido a mi lugar en el mundo.

Sin embargo, a pesar de este amor por la comunicación, comencé a notar que algo no estaba bien. En mi deseo de ser comprendida y de hacer las cosas «correctamente», empecé a dar demasiadas explicaciones, a veces innecesarias, a quienes no las merecían. Por otro lado, a quienes realmente necesitaban mi honestidad, les negaba la transparencia que requerían. Esta contradicción me llevó a una encrucijada interna, donde las dudas empezaron a emerger y mi percepción de la realidad se tornó confusa. En ese proceso, me perdí.

Me di cuenta de que mi necesidad de aprobación y el hábito de seguir pautas ajenas estaban costándome mi autenticidad. Desde pequeña, había seguido un camino trazado, uno que parecía ofrecer seguridad, cuando en realidad, me alejaba de mi verdadero ser.

Cada paso estaba guiado por una voz familiar, una voz que, con la mejor de las intenciones, me indicaba cuál debía ser el siguiente movimiento. Durante años, pensé que estas indicaciones eran un escudo protector; sin embargo, al reflexionar, comprendí que muchas de esas decisiones estaban más orientadas a preservar un orden establecido que a nutrir mis propios anhelos.

Fue entonces cuando decidí tomar un desvío en ese camino tan bien marcado. Rompí con las tradiciones que había seguido ciegamente durante años, dejé de alimentarme de expectativas que no eran mías y comencé a construir mi propio sendero. Este nuevo enfoque no fue fácil al principio.

Requería desafiar las normas que me habían inculcado desde niña, el peso de la historia y las enseñanzas que me habían guiado. Reconozco que era un paso necesario para mi crecimiento personal.

En ese proceso, comprendí que al liberar mi paso de aquellas huellas que había seguido por tanto tiempo, me estaba dando a mí misma la oportunidad de descubrir nuevos horizontes, de abrirme a nuevos espacios para que quienes me rodeaban trazaran sus propios caminos. Las relaciones que antes estaban teñidas por el peso de lo esperado comenzaron a florecer bajo una nueva luz, más libre y más auténtica. Ahora, cuando nuestros caminos se cruzaban, la relación era más rica, más colorida, llena de un nuevo entendimiento mutuo.

Esos cambios impactaron nuestro presente, y por ende transformaron nuestras perspectivas sobre el futuro. Al escribir nuestras propias historias, comprendimos que necesitábamos espacio para descubrirnos, encontrarnos y liberarnos de las ataduras del pasado. Ya no estábamos a merced de lo que otros esperaban de nosotros; más bien, encontramos en la autonomía la verdadera libertad.

Este proceso me hizo reflexionar sobre cómo, muchas veces, nos aferramos a tradiciones y expectativas porque nos han enseñado que es lo correcto, que es la forma de asegurar nuestra seguridad y pertenencia. Pero, en ese sumario, a veces perdemos nuestra voz, nuestra autenticidad, y nuestro sentido de propósito. Romper con esas cadenas puede ser aterrador, y hoy puedo decir que es un paso necesario para alcanzar una vida que realmente nos pertenezca.

Cada nuevo inicio requiere coraje, y cada cambio de perspectiva implica un salto al vacío. Es en ese salto donde encontramos la oportunidad de redefinir quiénes somos y qué queremos realmente. No se trata de rechazar por completo nuestras raíces o ignorar las enseñanzas de quienes nos precedieron, se trata de encontrar un equilibrio donde podamos honrar nuestro pasado sin sacrificar nuestro presente y futuro.

Todos tenemos la capacidad de escribir nuestra propia historia, de crear un nuevo camino que no esté dictado por las normas impuestas por otros, sino por nuestras propias elecciones conscientes. Al hacerlo, nos liberamos a nosotros mismos y también abrimos la puerta para que quienes nos rodean hagan lo mismo.

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