Foto de https://unsplash.com/@jonathangallegos
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Hoy quiero hablar sobre un fenómeno preocupante que ocurre en algunos programas de análisis y opinión transmitidos en horario preferenciales, donde el contenido debería destacarse por su calidad.

En lugar de aprovechar este tiempo privilegiado para elevar la conversación, algunos comunicadores recurren a lenguajes despectivos o desafortunados en un intento por captar atención. Sin embargo, imitar figuras polémicas como Álvaro Arvelo no es ni será nunca una idea innovadora.

Entiendo que estos programas no están diseñados para niños, aún así es importante recordar que, en esos horarios de alta demanda, muchos padres están llevando o recogiendo a sus hijos del colegio.

Estos momentos son ideales para discutir la actualidad con ellos y generar un diálogo educativo. No obstante, lo que se espera que sea una oportunidad de aprendizaje termina siendo un espectáculo de gritos y vulgaridades. Me ocurrió personalmente mientras llevaba a mi hijo al colegio, y fue una realidad lamentable.

Es fundamental reiterar que los comunicadores que ocupan espacios en estos programas de horario premium tienen el deber de informar, educar y entretener; además de hacerlo con responsabilidad y respeto. Estos programas llegan a un amplio público y, aunque no estén dirigidos a una audiencia infantil, muchos niños pueden estar expuestos a su contenido de manera indirecta.

No se trata de evitar el debate o la crítica; más bien de claridad y fundamento, sin caer en descalificaciones ni vulgaridades que distorsionan el propósito de la comunicación. Aprovechar estos espacios de alta audiencia para promover la controversia a través de insultos no debería ser el objetivo. Los programas en horario estelares deberían ser plataformas que elevan la conversación y brindan una discusión rica en contenido y respeto.

Además, es crucial cuestionar el rol de las organizaciones reguladoras y los directores de medios en esta situación. ¿Dónde está el control de calidad de los contenidos? Parece que muchas veces estas instituciones están ausentes o no cumplen con su responsabilidad de garantizar que los programas mantengan estándares de profesionalismo.

Permitir que este tipo de lenguajes y comportamientos pasen desapercibidos sugiere una falta de supervisión efectiva. Los directores de medios también deben reflexionar sobre si están priorizando la calidad del contenido o simplemente buscan generar controversia para captar más audiencia.

Finalmente, es necesario preguntarnos: ¿qué referencia estamos brindando a los estudiantes de comunicación y periodismo, o a aquellos que están iniciando en este campo? Los jóvenes que observan estos programas pueden concluir que la vulgaridad y el espectáculo son la norma en la profesión, lo cual es un mensaje profundamente equivocado.

En lugar de inspirarles a convertirse en comunicadores responsables y éticos, estamos corriendo el riesgo de fomentar una cultura de desinformación y falta de respeto. Como profesionales, debemos ser modelos a seguir, mostrando que la comunicación puede ser poderosa y respetuosa al mismo tiempo.

Es hora de que estas instituciones revisen su papel y recuerden que la responsabilidad de los medios recae en quienes están frente a la cámara o el micrófono, y en quienes permiten que esos espacios sean usados de manera inapropiada. Comuniquemos con respeto y responsabilidad, contribuyendo a una sociedad mejor informada y más reflexiva.

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